NO LO SABÍA, TUVE QUE INDAGAR PARA DESCUBRIR

04.09.2024



Son esos momentos en los que no entiendes ciertas cosas y buscas la forma de comprender porque te desquicia tanto que necesitas saber. Ciertamente, el conocimiento te libera y el típico "eureka" es bastante liberador. Ahí es donde se termina esa inquietante duda que nadie te respondía y buscabas una y otra vez, aquí y allá...

No se me olvida cómo la respuesta que necesitaba sobre una serie de resultados que me generaban sospecha porque no me cuadraban, apareció echando un vistazo a unos artículos donde hablaban de una herramienta muy buena para el autoconocimiento y eso hizo que investigara al respecto hasta que la encontré. Comprendí lo que había sucedido y el por qué de esos resultados. 

Las creencias generan una actitud y decisiones que pueden ir unidas a necesidades emocionales o físicas insatisfechas, tal que, los resultados no son los que esperabas porque la intención no venía de un no esperar nada concreto y al tener asuntos pendientes que resolver a nivel emocional, pues esos resultados pueden ser peores de lo que podría uno imaginar...

Eso que solemos expresar como decepciones o palos que pueden crear frustración pero que, en realidad, fue la propia frustración la que ya existía y tuvo que ocurrir algo para que ésta pueda salir a la luz. 

Hay quienes se conforman y piensan que es mala suerte o el destino pero cuando algo no te cuadra o sientes que debió de haber alguna inercia interior que hizo tomar una decisión desde un lugar equivocado y buscas la respuesta, la encuentras. 

Indaga, investiga, estudia..., busca y verás como aparece lo que necesitas comprender y aquí te comparto un ejemplo con un pequeño relato:

Érase una vez una mujer llamada Marta. Ella siempre había sido una persona reservada, alguien que prefería mantener sus emociones bajo control y no permitía que apenas vieran lo que realmente sentía. Su vida, en gran medida, había tenido ciertas dosis de soledad y, aunque tenía conocidos y compañeros de trabajo, nunca había conseguido desarrollar relaciones relativamente profundas con nadie hasta que llegó un momento en que su soledad se había convertido en una constante compañera pero, claro, Marta no se daba cuenta de cuánto la afectaba eso.

Con el tiempo, esa soledad comenzó a pesarle más de lo que estaba dispuesta a admitir. Aunque por fuera mantenía una apariencia tranquila y relativamente feliz, por dentro tenía una sensación de insatisfacción y vacío que la empezaba a consumir. Las noches en su pequeño departamento, viendo películas o leyendo libros, comenzaron a parecerle algo rutinario y monótono. Sin embargo, en lugar de enfrentar estos sentimientos, Marta los dejaba en un rincón de su mente convenciéndose de que, aun así, podía estar bien con esa soledad y de que no necesitaba a nadie más.

Un día, después de una larga semana solitaria en la que no tuvo contacto con nadie más que consigo misma, Marta sintió una especie de convicción, ahora le parecía de urgencia lo que ya no podía ignorar más en su vida. Necesitaba compañía, alguien con quien compartir cosas y, ¿por qué no?, su vida, aunque no tuviera ni idea de si estaba en lo correcto con esa necesidad. Simplemente, se dio cuenta de que esa soledad la empezaba a asfixiar. Entonces, tomó una decisión impulsiva (no reflexiva): se inscribió en varias aplicaciones de grupos, de citas y comenzó a buscar personas y a alguien con quien poder compartir porque deseaba cubrir esa sensación de vacío.

Las primeras semanas fueron relativamente emocionantes. Marta chateaba con varias personas, quedaba con alguna que otra para posible amistad. En ocasiones tenía citas y, después de mucho tiempo, sentía como que su vida se llenaba de más energía. Pensó que había encontrado la solución a su soledad. Sin embargo, no tardó demasiado en darse cuenta de que no lograba conectar realmente con ninguna de ellas porque surgía una especie de insatisfacción o no sentirse llena. Las conversaciones eran superficiales, y aunque algunas citas eran agradables, Marta seguía sosteniendo un sentir de vacío y que nada la terminaba de consolar, la frustración por esa soledad volvía.

Aun así, decidió ignorar las señales y volvió a intentarlo con más ahínco, buscando desesperadamente esa conexión que tanto anhelaba. Se involucró con alguien que parecía prometer lo que ella buscaba (las primera impresiones): atención, compañía, ilusión..., y su sentimiento de  soledad quedaba solucionado. Sin embargo, como esa relación se basaba en la necesidad mutua de no estar solos, no era un verdadero entendimiento o cariño y, pronto, Marta comenzó a sentirse atrapada. La compañía que había encontrado y aceptado como refugio comenzó a convertirse en una fuente de más angustia y, nuevamente, la frustración salió a flote.

A medida que esa relación avanzaba, Marta se dio cuenta de que, al final, se sentía más sola todavía pero, encima, ahora también sentía la carga de una relación insatisfactoria. La decisión que había tomado, basada en su necesidad de cubrir su sensación de soledad, había resultado ser más un error que un acierto (aprendizaje). 

Fue en ese momento de crisis cuando Marta entendió algo fundamental: el problema no estaba en su soledad, sino en cómo había intentado llenarla. La decisión de refugiarse con esa persona había sido una reacción a su desesperación, no una elección consciente y saludable. 

Decidió romper con la relación que mantenía y dejó de buscar y quedar dedicándose a explorar sus sentimientos, sus necesidades y reacciones desde la perspectiva psicológica, la espiritual y todo lo que se le cruzara en su camino. 

Con el tiempo, estudio y dedicación..., Marta aprendió que la soledad no era algo que debía temer o evitar a toda costa, sino algo que podía aprender a utilizar para su beneficio. Empezó por aceptarla y, al final, descubrió que el premio era ella misma porque comprendió que estar bien con uno mismo es el primer paso para poder estar bien con los demás. 



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